Calle del Espíritu Santo. Calle 4 Sur 100

 En 1534 Ignacio de Loyola (1491-1556), un noble vasco, fundó la orden de la Compañía de Jesús para la conversión de los herejes. En 1572 llegaron a México los primeros padres jesuitas o teatinos (véase C. Jarcierías), llamados con insistencia no sólo por algunos obispos como el de Yucatán, quien había pedido al rey un número suficiente de “teatinos” para la instrucción de los naturales, sino por el mismo virrey de la Nueva España. Habiéndose establecido un colegio en México, vino a Puebla en 1578 el padre Hernándo Suárez (o Germán Juárez) de la Concha, quien fue recibido con tanto entusiasmo, que el provincial de la orden se presentó personalmente para fundar una residencia en esta Ciudad, comprándose para este efecto casas que habían sido del arcediano Fernando Gutiérrez Pacheco de Villa Padierna (arcediano de 1564 a 1603), y tres años después otras, de manera que ya entonces los padres poseían toda la manzana entre las Calles 4 y 6 S. 100. En 1583 adquirieron además una casa en la manzana al Sur de la antes dicha, en la cual establecieron el Colegio de S, Jerónimo. En 1584, día de S. Miguel, hubo el primer examen. Manteniéndose primero de limosnas, recibieron los padres en 1587 una considerable donación del capitán Melchor de Covarrubias, alcalde en 1581, hijo de Pedro (?) Pastor y Catalina Covarrubias, y miembro de una familia muy distinguida e influyente así en España como en México, dándosele el patronato y los privilegios de fundador. 

Escudo cuyos fragmentos se encontraron incrustados en una puerta del patio interior 
del molino del Carmen. Es el de la familia Covarrubias que tenía "un escudo partido en 
mantel; en la mano derecha una torre, de plata el campo y la torre parda; y en lo bajo un 
lobo pardo en campo de oro". Así en esta descripción como en la réplica en piedra los lados 
derecho e izquierdo parecen invertidos. -Propiedad del Sr. Dr. Sergio Guzmán.

A la muerte del capitán, acaecida el 25 de mayo de 1592, heredaron los jesuitas el resto de sus bienes, en total con las donaciones anteriores, más de $100.000, cantidad igual a la que dió Juan Larios para fundar el colegio de S. Juan. Su sepulcro está en el templo, y en una lápida de mármol incrustada en el muro de la antesacristía, se lee la siguiente inscripción: H I C JACENT CINERES, VI|VIT VERO MEMORIA PER|ILLUSTRIS EQUITIS D(omini) D(omini) | MELCHIORIS DE COBA|RRUBIAS, HUIUS ECCLESIAE ET COLLEGII  FUNDATORIS  INSIG(ni)S; en castellano: ‘Aquí yacen las cenizas, pero vive la memoria, del muy ilustre caballero señor don Melchor de Covarrubias, insigne fundador de esta iglesia y colegio’. También se colocó en la iglesia su efigie de piedra. Uno de los descendientes de don Melchor fue Bernardo de Covarrubias y Leiva, alcalde en 1683 y 1700. 

Melchor de Covarrubias. Cuadro en el 
salón de actos del Colegio de Estado.

En 1588 los padres obtuvieron el derecho de comprar y demoler una parte de la casa en la acera Poniente de esta cuadra, frente al templo, para formar la plazuela que todavía subsiste, contra la voluntad del propietario, el mismo Juan Barranco, que dos años antes había dirigido los trabajos de conducir a la Plaza Pública el agua nuevamente encontrada. En 1590 se les dió la licencia de ocupar parte de la calle con los estribos de su colegio. Menos fácil les fue conseguir el permiso de cerrar la C. 6 S. 100 (Alatriste), el que no alcanzaron definitivamente hasta 1729. 

La iglesia, cuyo primer edificio se estrenó en 1600, está dedicada, como el colegio, al Espíritu Santo, ya no existiendo los escrúpulos de siglos anteriores, que, por razones dogmáticas, prohibieron que se dedicaran templos a otras personas de la Santísima Trinidad que al Hijo. Conocidas son las disensiones que provocó Abelardo (1079-1142), dando a su asilo el nombre de Paracleto (Espíritu Santo). 

La primera iglesia del Colegio está figurada en el plano de Medina (1754). Su fachada no sobrepasaba la línea de la calle; tenía una sola torre, una puerta del costado (1759) y enfrente su atrio. Pues al estrenarla, en 1600, se dio a los padres la licencia de usar una parte de la mencionada plazuela como cementerio. Pero desde 1746, aún sin autorización legal, construyeron en este sitio el pórtico con tres puertas y con las dos torres, a semejanza de una catedral. (El igual número de las puertas del templo de la Compañía en Lima, Perú, provocó la censura y dio motivo a una leyenda.) En cambio no hay puerta en el costado. El nuevo edificio es obra del “maestro arquitecto José Miguel de Santa María, mestizo, natural de esta Ciudad, maestro mayor de arquitectura en ella, y fue el primero que se enterró en esta iglesia, por haber muerto pocos meses después de dedicada”. Concluída la reedificación del templo, lo bendijo solemnemente el obispo Francisco Fabián y fuero (1765-73) en 1767, pocos meses antes de la expulsión de los jesuitas. Después de haber estado cerrado varios años, sirvió de ayuda de parroquia del Sagrario, desde fines del siglo XVIII. Las torres se terminaron a costo del obispo Manuel González del Campillo (1803-13).  

Sobre las tres puertas del pórtico se leen los monogramas M A R (María), I H S (Jesús) y J O S E P (José). En griego las letras IHS corresponden a IES, denotando H EN EL ALFABETO GRIEGO ‘e’ larga y abierta. Tomados los signos como letras latinas, se interpretan por: J(esus) H(ominum) S(alvator): Jesús el Salvador de los hombres. Arriba de la ventana del segundo cuerpo, en el centro de la fachada, está el escudo de la Compañía del Santísimo Nombre de Jesús (véase C. Jarcierías), formado por una corona de dos ramas, de vid, la de la izquierda, y de laurel, la de la derecha. 

Escudo de la Compañía de Jesús en la fachada 
del Templo del Espíritu Santo.

En el centro de esta corona se encuentran dichas iniciales de Jesús: IHS. Del centro de la vara de la H sale hacia arriba el brazo principal de una cruz latina. Abajo de las iniciales de Jesús hay los tres clavos de la Pasión, cruzados dos en forma de aspa y atravesado el tercero en el centro de esa aspa perpendicularmente. 

Las estatuas de los santos jesuítas que se ven en la fachada: S. Ignacio de Loyola y  S. Francisco Javier, abajo; S. Luis Gonzaga y S. Juan Berchmans, arriba, se pusieron en 1899. 

La entrada al colegio, sita como hoy junto a la iglesia, se llamaba la portería (1755).

Además del colegio del Espíritu Santo, el mayor que tenían en este país, los jesuítas fundaron en Puebla otros 4: S. Jerónimo (C. Carolino), S. Ildefonso, S. Ignacio (C. Hospicio) y S. Javier (C. Aztecas). Después de su expulsión de España y las colonias, efectuada en 1767 y ocasionada en parte por su resistencia armada contra el gobierno español en el Paraguay, la orden de la Compañía fue suprimida por la Santa Sede en 1773. Restablecida en 1814, los jesuítas regresaron a Puebla en diciembre de 1819, devolviéndoseles los colegios del Espíritu Santo, de S. Jerónimo y S. Ignacio, hasta que, en enero de 1821, fueron expatriados nuevamente por decreto de las Cortes Españolas, pues en 1820 se había restablecido la Constitución liberal. Admitidos otra vez en México por el dictador Santa Anna en 1853, volvieron a la Ciudad con gran regocijo de los poblanos, pero los suprimió el presidente Comonfort en 1856. Por cuarta vez fueron expatriados en 1873, y por quinta vez en 1914, cuando tuvieron que abandonar el Colegio Católico y este templo del Espíritu Santo, el que les había devuelto en 1888 el canónigo Dr. Ramón Ibarra y González, gobernador de la mitra en sede vacante, y quien en 1889, estando en Loyola, se hizo miembro de la Compañía y después fue obispo (1902-4) y el primer arzobispo de Puebla (1904-17). 

Los bienes raíces de los jesuítas desde su expulsión, y los de sus antiguos colegios se llamaban temporalidades y tenían una administración separada, hasta que, por la ley general del 13 de enero de 1834, dada en la vice-presidencia de Gómez Farías, fueron cedidos definitivamente a los respectivos Estados. 

En la mencionada antesacristía, empotrada igualmente en la pared, hay otra lápida, cuyo texto, en parte borrado, puede restituírse con ayuda de la copia del Sr. Nicolás León y reza: D(eo) O(ptimo) M(aximo). CONDIT HIC TUMULUS | VENERANDAM IN CHRISTO VIRGINEM | CATHARINAM DE SAN JUAN | QUAN MOGOR MUNDO ANGELOPOLIS COELO DEDIT | POSTQUAM | PER VIRTUTUM OMNIUM CUMULUM | DEO IMPRIMIS HOMINIBISQUE DILECTA | REGIO SANGUINE ILLUSTRIS SERVITUTE TAMEN PAUPER ET HUMILIS | VIXIT ANNOS LXXXII | OBITUS EIUS MAGNA POPULI & CLERI ACCLAMATIONE FUIT IPSO PERVIGILIO TRIUM SANCTORUM REGUM ANNO MDCLXXXVIII; en castellano: “A Dios optimo Todopoderoso. Guarda este sepulcro a la venerable en Cristo Virgen Catarina de San Juan, que la tierra del Mogor dió al mundo y la Puebla de los Angeles al cielo. Después que había vivido 82 años, amada principalmente de Dios, no menos de los hombres, humilde y pobre en la esclavitud, aunque ilustre por su sangre real, acaeció su fallecimiento, seguido de gran aclamación por parte del pueblo y del clero, en la víspera de los tres Santos Reyes, el año de 1688.”

La lápida antes cubría el sepulcro de Catarina de San Juan en el presbiterio del templo. Nació en Delhi, capital de los Grandes Mogoles, en la India oriental, según la lápida, en 1606, pero según sus biógrafos, en 1609 o 1610. Recibió el nombre de Mirrha. Su padre “un príncipe dueño absoluto de algunas tierras del Mogor”, era médico y exorcista; serenaba también tempestades. Su madre, dicen, fue la hija de un emperador del Oriente, llamado Maximiliano (?). Huyendo de una invasión de los turcos, la familia se trasladó a la costa. Paseándose la niña en la playa con su hermano menor, ambos fueron robados por comerciantes portugueses, que llevaron a la muchacha a Cochin. Allá fue bautizada por los padres jesuítas, recibiendo el nombre de Catarina de San Juan. Tenía entonces 9 años de edad. En Manila la compró un comerciante portugués, llegado de México, que tenía encargo del capitán Miguel Sosa, vecino de Puebla, para adquirir una chinita. En Acapulco la esperaba su nuevo amo, que la trajo acá, hacia 1620. En la casa del capitán y su esposa, que no tenían hijos, ocupó la posición de criada o ama de llaves. Muriendo Sosa poco después, Catarina, a instancias del presbítero Pedro Suárez, casó con un esclavo chino de éste, llamado Domingo Suárez (apellido de su amo), con quien vivió 14 años, conservando su virginidad. Entregóse a una vida de prácticas místicas, que continuó en su viudez durante 5 años. Su amiga fue Sor María de Jesús, del convento de la Concepción,  que murió en 1637. Los confesores de Catarina, entre ellos el padre jesuíta Ramos, apuntaron concienzudamente las muchas visiones que tenía, con todos los defectos de su lenguaje, pues nunca dominó el idioma castellano ni medianamente. Agobiada por la edad y constantes ataques de histerismo, murió en una covacha de la casa del capitán Hipólito del Castillo de Altra, sita en la actual Avenida del Ayuntamiento 400 (Fco. Morales), frente al costado de la Compañía, el 5 de enero de 1688, y fue inhumada, según su voluntad, en la iglesia del Espíritu Santo. Para complacer al pueblo que la consideraba por santa, el Cabildo eclesiástico asistió al sepulcro. En su testamento, que subsiste, otorgado dos años antes de su muerte, dejó a los pobres sus bienes que consistían en: un pequeño niño Jesús; 6 cuadritos ordinarios; una cazuela; libritos de devoción; y su ropa. Su traje siempre consistía en un sayal, vestido pardo de lana, al uso de las capuchinas. Los días subsecuentes a su fallecimiento se le celebró su novenario de misas cantadas y en el último día de las mismas, el 14 de enero, se le hicieron solemnes honras fúnebres, y predicó el padre jesuíta Francisco Aguilera un sermón que se imprimió el propio año. El confesor de Catarina, el padre Alonso Ramos, escribió su vida en tres voluminosos tomos infolio, 1689. un extracto fue publicado por el bachiller Joseph del Castillo Graxeda en 1692. El pueblo comenzó a venerarla como santa, se multiplicaron sus retratos y se buscaron sus reliquias, hasta que la Inquisición de México, por edicto de 1691, prohibió las estampas de ella, recogiéndolas, de manera que ya no existe ninguna. Por otro edicto de 1696, prohibió el libro del padre Ramos, “por contenerse en él revelaciones, visiones y apariciones inútiles, inverosímiles, llenas de contradicciones, impropias, indecentes y temeraria...” 

Sobre el Colegio del Estado véase C. Carolino. 

Desde el padrón de 1832 el nombre invariable de la cuadra es Calle del Espíritu Santo. Sólo en el plano de Ordóñez (1849) se dice Calle del Colegio del Espíritu Santo. En las Ordenanzas de Flon (1796) escriben equivocadamente “Calle del Costado de la Compañía” (Av. Ayunt. 400). La plazuela se llama en 1790 y en el Registro Público (1900 y 1905) Plazuela de la Compañía. El nombre oficial es: Plazuela o Jardín de la Libertad, en 1885, en el padrón de 1902 y el plano de Soto (1915); Jardín de la Democracia, según Camarillo y la actual placa. 

Un suceso que en su tiempo causó gran sensación, parece, según Carrión, estar relacionado con esta plazuela. En 1683 ahorcaron en México a Antonio Benavides, marqués de S. Vicente, alias El Tapado, que se había disfrazado de visitador del reino. Le cortaron la cabeza que se trajo a Puebla, donde la expusieron frente a la puerta de la iglesia de la Compañía, hasta que los padres pidieron al alcalde mayor que se quitara de ahí.

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