Los agustinos, religiosos mendicantes, que traen su origen de una sociedad de ermitaños, fundada por S. Agustín (354-430), fueron reunidos en un solo cuerpo por la Santa Sede en 1256.
El templo actual que está dedicado a la Anunciación de Nuestra Señora, con el título de Sta. María de Gracia, se estrenó en 1612, cuando se había construido el cañón o cuerpo de él, terminándose la construcción de las otras partes en 1629. Según la tradición, se consiguió el dinero para la conclusión de los trabajos, cediendo los comerciantes sus cuentas que tenían por perdidas y pagándose éstas muy concienzudamente por los deudores que antes se habían fingido insolventes.
Veytia (1780) escribe que la torre era de tres cuerpos, con cúpula, linterna y veleta, almenados los ángulos del segundo y tercer cuerpo. Una noticia que debemos al mismo historiador nos da a conocer que en el siglo XVIII había una institución parecida a las modernas sociedades mutualistas. Pues una de las capillas interiores, la de S. Nicolás Tolentino, pertenecía a una cofradía que había “instituido que cada hermano contribuyera cada semana con medio real; cuando estaban enfermos, se les asistía con médico y botica, y muriendo, se les ayudaba para el entierro y con sufragios en lo espiritual”. La botica estaba en la Calle de Miradores.
Después de suprimido el convento por la Leyes de Reforma, publicadas en Puebla el 1o. de enero de 1861, y destruida gran parte del convento en 1867, se efectuó la exclaustración definitiva de los agustinos en 1891. La iglesia que había sufrido mucho en el sitio de 1863, fue restaurada en 1870, gracias a la liberalidad del ex-gobernador Francisco Ibarra y Ramos, y de los licenciados Antonio Pérez Marín, padre e hijo, en unión de otros vecinos del barrio. Entonces el capellán hizo cerrar la puerta del costado.
Arriba de ella se ve el escudo, un corazón traspasado por una flecha, una mitra y un báculo. En escudos más detallados, estos objetos, junto con un cinto, descansan sobre un libro, abajo del cual se lee la repetida divisa: Tolle Lege.
La mitra y el báculo aluden a su dignidad eclesiástica, pues fue obispo de Hipona (hoy Bona, puerto de Argelia, África del Norte). El cinto de cuero es la insignia del hábito de los religiosos, a la que la Santa Sede ha concedido varias indulgencias. una cofradía de Ntra. Sra. de la Cinta, establecida en el propio templo, se cita en 1891. El título más completo es: la Archicofradía de Cinturados bajo la advocación de la Beatísima Virgen de la Consolación.
El libro es símbolo de la sabiduría y de las obras que escribió el santo. La divisa se refiere al suceso que le decidió a abandonar la vida desarreglada que antes seguía. Pues un día, paseándose en su jardín, oyó una voz que le decía aquellas palabras que significan ‘toma, lee’. Encontró luego a un amigo que estaba estudiando las Epístolas de S. Pablo. Agustín abrió el libro al azar y cayó en los versículos (Ep. A los Romanos 13, v. 13-14) que empiezan: “Caminemos, como de día, honestamente, no en glotonerías y embriagueces… Más vestíos de N. Sr. Jesucristo”
Las tres puertas del patio, una en la C. 5 S. 300, la segunda, la chata, en la esquina, y la tercera en esta cuadra, ya las conoce Veytia. La puerta del costado que se menciona también en los Libros de los Censos: “…frente de la puerta del costado de S. Agustín” (1740) dio el nombre a la cuadra.
Esta se llama Calle de la Puerta del Costado de la Iglesia de S. Agustín, en 1744 y 1829; Calle del Costado de S. Agustín desde el padrón de 1832. En las ordenanzas de Flon (1796) se lee Calle de S. Agustín, nombre que corresponde a la C. 5 S. 300 (Ibarra).
Los agustinos habían construido casas en todos los cuatro lados de su monasterio: 6 en esta Av. 3 P. 500, 12 en la C. 7 S. 300-500 (Cabezas), 6 en la Av. 7 P. 500 (Libertad) y en la 3 C. 5 S. 500 (Noviciado). Además había 2 casas en la esquina de las dos últimas calles que eran de otra congregación.
La panadería en la casa núm. 8 (516) se cita ya en 1798, siendo entonces propiedad de Josefa Espinobarro, viuda de José Ramírez (de Arellano). En 1832 el dueño fue Joaquín Ramírez.
Después pasó a poder de Sebastián Pérez Cornejo
(véase C. Correo viejo), del que, en 1844, heredó la casa su hijo, el
Lic. José Antonio Pérez Marín, fallecido en 1889, el padre
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